jueves, 15 de diciembre de 2016

Mad Max. Salvajes de Autopista - 1979

En la segunda mitad de los setenta se estaba produciendo el reverdecer del cine australiano, hasta entonces prácticamente inexistente, con directores como Peter Weir, Bruce Beresford y George Miller. Este último con su opera prima "Mad Max" consiguió siete nominaciones (tres galardones) a los premios australianos de cine además de barrer en taquilla. Con un exiguo presupuesto y un elenco tanto artístico como técnico que debutaban en esto del cine se obtuvo unos meritorios resultados. Eso sí, la película tiene un argumento más sencillo que una manta a cuadros, y cualquier spaguetti-western de segunda fila cuenta lo mismo, es en definitiva la venganza lo que mueve al protagonista a realizar su acción. El argumento no da más de sí, en realidad se trata de un cortometraje que para que dure noventa minutos se alargan escenas y situaciones innecesarias que se hacen eternas. Es sin lugar a dudas su estética lo que resulta más interesante, en ocasiones cercana al cine friki. Una película legendaria, clásica en los video clubs durante años, con muchas escenas impactantes y bien rodadas, pero que en conjunto no deja de ser un producto a valorar por lo que supone para la historia del cine y no tanto por sus méritos cinematográficos que son más bien escasos. La segunda parte de la trilogía es bastante superior y parece que guionista y director encuentran mejor donde situar y como desarrollar el mundo y los personajes del film. Mel Gibson, como casi siempre limitado, no deja de ser una cara bonita, sin muchas prestancias para la interpretación como ha demostrado a lo largo de su carrera.


Lo que más me gusta de esta película es su extrema violencia implícita. Es una de las películas más violentas que he visto y apenas aparece una gota de sangre y un brazo quemado. Eso es lo que admiro, sentir la violencia sin mostrarla. Una violencia extrema que sientes cómo la desprecias dentro de ti. Aquí no te entran ganas de vomitar viendo sangre y tripas, aquí sientes ese “nosequé” que te sobrecoge.
Además, la película muestra cómo esos salvajes actúan impunemente, algo que más de treinta años después sigue pasando y si no me creéis echad un vistazo a cualquier telediario.

La historia aquí narrada, es el descendo a los infiernos y la venganza de su protagonista, el ya legendario héroe de acción postapocalíptica Mad Max, encarnado hace ya más de 25 años por nuestro fascistoide y por aquel entonces desconocido amigo Mel Gibson en su debut. Max, policía por convicción, luchará desesperadamente por mantener el orden que ha jurado defender, no deteniéndose ni ante el Jinete Nocturno, lo que provocará las iras de los pandilleros y llevará a Max a lo que podríamos llamar destrucción personal.


A esta producción de tan bajo presupuesto, se le han de reconocer talentosas virtudes: la elección del desierto de Australia para la ambientación del mundo preapocalíptico (en esta entrega aún no ha tenido lugar la guerra que se intuye al comienzo de la siguiente), la perturbadora caracterización de los salvajes de la autopista que dan miedo de verdad, la corruptela generalizada de los supuestos policías, excepto de nuestros héroes, o las angustiosas escenas de ultraviolencia contra los inocentes conductores, violencia explícita por otra parte casi inédita hasta la fecha.

Buen guión, interpretaciones decentes (no se puede pedir más a una ópera prima tanto del director como de su actor principal) y un prólogo a una segunda parte aún más brillante si cabe en la que estalla el universo Mad Max en todo su esplendor. Recomendable para los amantes del cine de acción con memorables y angustiantes escenas que se deja revisitar con gusto y que creó su propia estética con clones de más dudosa calidad.




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